El martes hice la lectio de forma diferente. Por la mañana, tenía el tiempo justo y buscando en la Biblia el texto del Evangelio del día, para empezar la oración, leí por error una cita que no correspondía. Me sedujo y tuve que pararme y leerla detenidamente. Fue una sorpresa encontrar algo que no se espera y da alegría. Era un texto breve del Evangelio de san Juan: Jn 2,23-25. En mi Biblia tiene este titular, que se me quedó pegado al corazón: Jesús, conoce la intimidad de cada uno. Como tenía prisa, dejé la lectio para hacerla con más tiempo por la tarde y, sin duda alguna, en el texto que me encontré sin buscarlo.
Como la lectio tiene mucho de encuentro entre personas, me tome lo ocurrido con el error como un regalo personal. Por la tarde, se me juntaron muchas cosas y decidí hacer la lectio dando un paseo. Conozco un lugar tranquilo. Es un escondite, cerca de donde vivo, que viene bien cuando necesito tomar aire y echar un rato conmigo. Me propuse media hora, pero se me fue el tiempo. Me olvidé del reloj.
Fue un tiempo de mucho sabor y pocas palabras. Por la tarde, busque el texto en el móvil y esta traducción me ayudaba a entenderme aún mejor con el Señor. Se me quedó dentro de la lectura de la mañana que: “El Señor conoce la intimidad de cada persona”. Y en la versión del móvil decía el texto: “Porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre” … Durante el paseo, estuve repitiendo y diciéndome a mí mismo en silencio que el Señor me conoce tal como soy de verdad. Rumiar despacito que el Señor conoce a fondo “mi yo real y como soy de verdad” me daba mucha paz, era como una caricia de perdón. Porque han sido muchos años echándole cuenta a las ilusiones y deseos de mi ego. Muchos años de mentiras y falsedades cotidianas, para huir de las verdaderas dimensiones de uno mismo. ¡Qué mal se pasa sin ti, Señor! ¡Cuántas cosas tenemos dentro!
En el paso orar me vinieron al corazón algunos versos del salmo 139 (138). Me senté en una terraza tranquila y solitaria, busqué el texto completo en
el móvil y estuve poniendo cosas de mi vida a estas palabras del salmo: “Tú me sondeas y me conoces… Desde lejos conoces mis pensamientos… ¿A dónde iré lejos de tu presencia?… Tú creaste mis entrañas… Te alabo porque me asombran tus maravillas… En tu libro estaba todo escrito, estaban ya trazados mis días, cuando aún no existía ni uno de ellos… Sondéame, Oh Dios, conoce mi corazón, pruébame, penetra mis pensamientos, mira si me conduzco mal y guíame por el camino eterno…”.
La lectio de este día ha sido estar con el Señor. Estar creyéndome su presencia. Disfrutar su compañía. Ha sido estar creyéndome y saboreando el pan de su Palabra en las palabras del texto que se van enredando en el corazón durante los pasos. Y es que es verdad que cuando el Espíritu va tocando las cuerdas humanas de la letra, la guitarra suena y el corazón se entera de que el Señor es compasivo y misericordioso y conoce la intimidad de cada uno. La lectio de este día ha sido estar: estar a solas y a secas con el Señor. Saborear que está ahí. Que está de una forma que lo dice todo. Que no hacen falta palabras, ni textos, ni libros, ni más apoyos ni conocimientos que la certeza de que Jesús está vivo y conoce la intimidad de cada uno. La verdad es que me conmueve que el Señor se fije en mi con la que he liado en la vida.
Con el tiempo, la lectio es como el comer. Es algo que se necesita hacer cada día. Es otra experiencia de oración nueva y diferente del mismo encuentro con el Señor. Este martes pasaron cosas, para comprender que la lectura en escucha y oración ilumina muchas pequeñas vivencias del día a día, a la luz y el calor de la Palabra. Hay muchos gestos y pequeñas conversiones que tienen su origen en los momentos de oración y en estos espacios de vida interior. La lectio es como una fuente de sabiduría de vida, más que de conocimientos piadosos. Con el tiempo voy viendo que muchas decisiones y formas de tratar a las personas se originan en estos momentos entrañables con el Señor. Son como pequeños injertos de la vida de Jesús. Durante la lectio no es el momento de aprender frases bíblicas y pensamientos luminosos. Más bien, se comparten con Jesús actitudes del corazón y enfoques más humanizadores de la vida. Muchos días, orar así el Evangelio acaba siendo una hoja de ruta de gestos y pasos cortos para poner amor en lo que hacemos, y querer más a las personas al estilo de Jesús. No son cosas imposibles. Son pequeñas cosas y granitos de mostaza con sabor al reino del Dios, que conoce la intimidad de cada uno. Ahora doy gracias de corazón por la lectura del martes.
Joaquín E. Urbano