«La lectio divina no es una lectura cualquiera de la Biblia, sino que es una lectura que debe conducir a la oración y a la contemplación. Es la búsqueda sapiencial de la verdad. Para llegar a ser consanguíneos, casi, por la participación en el amor. Gregorio Magno, uno de los grandes maestros de la lectio divina, decía: “La Escritura crece con aquel que la lee” (Scriptura
cum legente crescit).»
«Un texto rabínico usaba esta bella imagen: ‘La Torah se asemeja a una bella joven escondida en una habitación de su palacio. Por amor a ella, el enamorado observa toda la casa, mirando en todas las direcciones, buscándola a ella. Ella sabe todo esto y entreabre apenas la puerta y solo él la ve. Así es la palabra de la Torah; que se revela a sí misma sólo a los enamorados que la buscan. Por eso entonces la clave de interpretación y de encuentro es el amor.»
«Hay un progresivo conocimiento que alcanza luego la intuición espiritual. Sólo cuando llegamos a ser recíprocamente familiares podemos hablarnos cara a cara y desvelarnos los recíprocos secretos y misterios escondidos. Por eso la Iglesia ha podido proclamar como “dogmas” de la verdad sólo “implícitamente” fundados en el texto bíblico: porque, guiada por la fe, podía leer mucho más de aquello que de hecho aparecía. Vale la pena detenernos un momento sobre esta prospectiva “teológica” con la que nos acercamos a las Escrituras.»
«La lectura orante de la Palabra llega a ser con el tiempo algo muy diferente a los pia exercitia, porque suscita una sed de diálogo con Dios, ilumina los criterios de discernimiento y estimula a una conversión existencial no puramente desde el moralismo. Pero al mismo tiempo es un recorrido exigente, que pide constancia y perseverancia, un amor apasionado por la Palabra como surgente pura y perenne de santidad y de diálogo orante.»
«No podemos dar a la Palabra una fuerza nueva, una eficacia, con nuestras reflexiones y nuestras actualizaciones. La Palabra en sí misma posee ya una dynamis de revelación, de juicio, de transfiguración, de fermento y de liberación: lo que debemos hacer es exponernos a esta dynamis, como nos exponemos al fuego y al sol para calentarnos. Este es el sentido de la hypakoé[obediencia] de los padres y de los monjes: un ob-audire [obedecer] con corazón humilde y abatido (cfr Is 66, 2).»
«En nombre de una adhesión a la praxis y a la vida real, con el pretexto de encontrar luz para comprender la vida y para orientarla, con frecuencia en los encuentros de lectio divina se ponen inmediatamente delante del texto bíblico la inquietud e incertidumbre de la praxis, para que la Palabra las ilumine y las diluya de su ambigüedad y complejidad. Con el evidente riesgo de instrumentalizar la Palabra para la “producción” de sentido y de
sanación. Mientras por el contrario su primera función es la de permanecer palabra-misterio, desaar las preocupaciones de encontrar una “respuesta” para gestionar, llamada a un “más allá”, a otro horizonte, donde habita el Otro, el totalmente Otro, esto es el Viviente que pasa, pone su tienda pero también es un Dios misterioso y escondido. (cfr Is 45, 15).»
«La lectio divina no es de hecho una práctica reservada a algunos fieles muy comprometidos o un grupo especialista en oración. Ella es una realidad sin la cual no seremos cristianos auténticos en un mundo secularizado. Este mundo requiere personalidades contemplativas, atentas, críticas, valientes. Esto pedirá de vez en cuando opciones nuevas e inéditas. Pedirá cuidados y énfasis que no vienen de la pura costumbre nacida de la opinión común, sino de la escucha de la palabra del Señor y de la percepción de la acción misteriosa del Espíritu Santo en los corazones’ (C.M. Martini).»
P. Bruno Secondin, carmelita,
Docente de Espiritualidad en la Universidad Gregoriana de Roma
Publicado en Según Tu Palabra nº 123