Con los años, tengo que reconocer que por los caminos de la lectio divina voy  descubriendo otras rutas y senderos de vida interior. Durante la lectio voy experimentando muchos espacios y momentos de interioridad, que no imaginaba encontrar en la lectura de la Biblia. Mis primeras lecturas eran superficiales, piadosas, mentales y de apenas contacto entrañable con la persona de Jesús.

Ahora es como si el Espíritu Santo, el maestro interior, me fuera abriendo puertas nuevas que van a dar a Jesús por calles imprevistas y desconocidas. Sí, por calles de una nueva disposición y sensibilidad para buscar espacios de silencio, para mirar por dentro de las cosas que pasan cada día, para valorar lo gratuito de las mejores momentos, para convertir las dificultades en ocasiones de conocerse mejor a uno mismo, para andar por la vida queriendo ir de verdad, para encariñarse con lo que en verdad se tiene y como se es más que con lo que debería haber, para comprender el lenguaje de los hechos, para entenderme con las razones del corazón, para mirar el lado bueno de cada persona o para respirar en paz y sencillamente. ¡Cuántas cosas suceden en la práctica de la lectio divina!

Muchos días lo mejor de la lectio es como las palabras pueden hacerme tomar tierra en lo cotidiano, como aterrizo en el aquí y ahora de aquellos tiempos y lugares bíblicos… Y digo lo mejor, porque vengo de la catequesis de las nubes, de la espiritualidad palabrera y de la piedad de doble vida. Día a día, me voy convenciendo más interiormente de que la lectio, más que una lectura pía y retórica de la vida de Jesús, viene a ser un contacto personal, un echar un rato para estar pendiente de Él y de su visión de la vida que me seduce el corazón.

Estoy viendo que me voy a la lectio de esta mañana para escribir lo que estoy diciendo. Y es que ha sido un mirar para detrás con más alegría que otras veces. Ha sido un mirar por debajo ciertas piedras del camino con más comprensión. Ha sido un querer estar con Jesús desde la vida abundante que da su Palabra. Ha sido leer interiorizando un capítulo oscuro de mi historia personal desde la luz desbordante del texto, que encendía la amistad de Jesús.

Sé que es verdad. Estoy convencido. Cada día me lo voy creyendo más. La lectio divina está siendo una escuela de experiencias de humanidad y vida interior. Ya no sé vivir sin dedicarle cada día un tiempo al silencio, a la quietud y a abrir los ojos del corazón a la presencia misteriosa y salvadora del Señor que nos ama y nos habita. Antes de hacer lectio divina todo era más superficial y extrovertido. No tenía ojos para la acción del Espíritu ni para la inmensa compasión de Jesús. Todo era muy cerebral. Me relacionaba con una idea de Dios y un ideal sobre mí, que me dejaban con hambre después de cada comida. Me quedaba fuera de la realidad y de vivir como horas santas las veinticuatro horas de cada día.

Lo digo de corazón y como lo siento por dentro: el camino de la lectio divina se va convirtiendo para mí en un regalo de sabor y vida interior, que cuanto más de verdad lo agradezco más profundidad adquiere.

Joaquín E. Urbano

De Según Tu Palabra nº 125